Juego un juego maravilloso, un juego de llamarme por otro nombre, de imaginar a ese otro ser, de reencarnar una y mil veces…me ha encantado desde niña y sigue siendo uno de mis juegos mentales y creativos preferidos...
De pronto en una de esas grandes colas caraqueñas encuentro que Ernestina Zambrano va conduciendo mi carro, que está angustiada y apresurada por llegar a revisar las pruebas finales de sus alumnos de la Facultad de Farmacia, observa sus manos tamborileando sobre el volante y no logra descubrir porqué corregir las pruebas la vuelve tan susceptible.
A veces mientras se hacen esponjosas las panquecas sobre el budare un domingo en la mañana doña Gloria de Dios de Martínez pensativa, no logra entender cómo sobrellevará su reciente viudez, y por su rostro caen lágrimas calentitas y saladas que cuentan a su paso la historia de amor más hermosa que ella haya escuchado jamás, la de ella y el finado Martínez.
Inquieta en la ducha Maritzita toca su cuerpo de una forma curiosa, palpa sus teticas recién brotadas , con los ojos cerrados disfruta del agua tibia cayendo suavemente sobre ella, cree que por primera vez será capaz de tocarse y tal vez masturbarse, espera poner a prueba lo que es capaz de sentir -a los trece ya muchas de mis amigas lo han hecho- piensa, mientras se frota seductoramente con el jabón queriendo emular una imagen que vio en una propaganda de la tele días atrás.
Etkaterine Afanasiev espera ansiosa en la cola del Banco Central de la ciudad, sabe que de esa misión depende la libertad de Igor, voltea nerviosa hacia las cámaras que sabe mimetizadas por todo el gran atrio, percibe un frío paralizante producto del miedo que recorre su columna toda, dejándola inmóvil, visiblemente asustada, sólo a cuatro personas del cajero.
Matilde Elena está agotada, camina con calma y recorre uno a uno con la vista los millones de escalones que la faltan por subir, su frente sudada, el olor a humedad y a pobreza que emana su camisa es insoportable hasta para ella misma, el peso de los latones de agua que lleva a cada mano le impide secar el rancio sudor que corre por su rostro, voltea al cielo inclemente, que quema y arde, y piensa en Dios.
Como ven, es divertido ser Ernestina, Maritzita, Ekhaterine, Matilde Elena, es fascinante tener a tanta gente dentro de mi...
De pronto en una de esas grandes colas caraqueñas encuentro que Ernestina Zambrano va conduciendo mi carro, que está angustiada y apresurada por llegar a revisar las pruebas finales de sus alumnos de la Facultad de Farmacia, observa sus manos tamborileando sobre el volante y no logra descubrir porqué corregir las pruebas la vuelve tan susceptible.
A veces mientras se hacen esponjosas las panquecas sobre el budare un domingo en la mañana doña Gloria de Dios de Martínez pensativa, no logra entender cómo sobrellevará su reciente viudez, y por su rostro caen lágrimas calentitas y saladas que cuentan a su paso la historia de amor más hermosa que ella haya escuchado jamás, la de ella y el finado Martínez.
Inquieta en la ducha Maritzita toca su cuerpo de una forma curiosa, palpa sus teticas recién brotadas , con los ojos cerrados disfruta del agua tibia cayendo suavemente sobre ella, cree que por primera vez será capaz de tocarse y tal vez masturbarse, espera poner a prueba lo que es capaz de sentir -a los trece ya muchas de mis amigas lo han hecho- piensa, mientras se frota seductoramente con el jabón queriendo emular una imagen que vio en una propaganda de la tele días atrás.
Etkaterine Afanasiev espera ansiosa en la cola del Banco Central de la ciudad, sabe que de esa misión depende la libertad de Igor, voltea nerviosa hacia las cámaras que sabe mimetizadas por todo el gran atrio, percibe un frío paralizante producto del miedo que recorre su columna toda, dejándola inmóvil, visiblemente asustada, sólo a cuatro personas del cajero.
Matilde Elena está agotada, camina con calma y recorre uno a uno con la vista los millones de escalones que la faltan por subir, su frente sudada, el olor a humedad y a pobreza que emana su camisa es insoportable hasta para ella misma, el peso de los latones de agua que lleva a cada mano le impide secar el rancio sudor que corre por su rostro, voltea al cielo inclemente, que quema y arde, y piensa en Dios.
Como ven, es divertido ser Ernestina, Maritzita, Ekhaterine, Matilde Elena, es fascinante tener a tanta gente dentro de mi...
Definitivamente tienes una muy buena imaginación... es excelente esta lectura... continúa así... me encanta!!!
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